Amanecía en Londres. Clara se levantó de la cama. Era sábado y no tenía que trabajar de niñera, Angie y Artie se fueron de viaje con su padre. Se preparó el desayuno, se duchó, leyó un poco de “Cae el verano” de Amelia Williams…Hizo un montón de cosas más antes de que viniera el Doctor para irse de viaje con él en su TARDIS. El Señor del Tiempo se retrasaba. Aun tenía en su cabeza lo que vio en la línea de tiempo personal del Doctor, los recuerdos eran difusos, pero lo recordaba un poco. “La chica imposible”, así la llamaba él. Todavía recordaba a esa encarnación olvidada que estaba de espaldas, entendió que ese debió ser el que causó la destrucción del planeta del Doctor y puso fin a aquella cruenta guerra. Se puso una gabardina marrón y salió fuera para esperar a ver la cabina azul. Hacía fresco.
— Pero ¿dónde se habrá metido? —
preguntó ella impaciente.
De pronto apareció una luz enorme que
la cegó. Llegaron dos hombres amortajados y con cascos que la agarraron y le
inyectaron algo en el cuello. Los ojos marrones de Clara empezaron a cerrarse
por el efecto causado del tranquilizante. Aquellos hombres la cogieron y
desaparecieron por teletransporte.
1000 años en el futuro…
Una especie de campo. Casi todo
calcinado y devastado. Había robots tirados por el suelo y destruidos y gente
disparándose la una a la otra desde barricadas. No paraban de disparar. El
líder de un bando era Randden Quch y el del otro se hacía llamar Yento, que en
el idioma de su pueblo, Amanto, significaba “soberano”. Llevaban meses en
guerra y no paraban de matarse mutuamente.
—
¡Disparad a matar! ¡No tengáis piedad! — exclamó Randden.
—
¡Ya les habéis oído! ¡Quieren matarnos! — le imitó Yento.
— ¡Tenemos que acabar con ellos antes
de que nos aniquilen! — siguió Randden.
En ese momento, oyeron un ruido muy
extraño, pero eso no paró el fuego. Siguieron atacándose los unos a los otros.
Luego se asomó una especie de vara con una luz verde que zumbaba. Las armas
dejaron de funcionarles.
—
¿Qué ha ocurrido? — preguntó Randden.
—
¿Y tú lo preguntas? ¡Lo ha hecho tú! — le acusó Yento.
—
¿Yo? ¡Por supuesto que no! Siempre me estás culpando de todo.
—
¡Lo hago porque es verdad!
—
¡No lo es!
—
¡Sí lo es!
—
¡No lo es!
—
¡Sí lo es!
—
Oh, por favor, dejad ya de pelearos — dijo un hombre alto y sonriente.
—
¿Se puede saber quién es usted? — preguntó Yento.
— Soy el Doctor.
Aquel individuo estrafalario vestía al
estilo victoriano, con una levita morada, un chalequillo negro y una pajarita
negra con lunares blancos. Se colocó entre ambos bandos. Ellos no tenían ni
idea de quién era, sin embargo Yento creyó que ese hombre estaba loco al
ponerse en medio de una guerra y por un momento olvidó que las armas no
funcionaban. Le apuntó.
—
De acuerdo, apuntadme si eso os tranquiliza, pero yo no apuntaría con un arma
inofensiva… bueno, una vez lo hice ¿o fueron dos? Ya ni me acuerdo, son mil
doscientos años o mil cuatrocientos ¿Quién los cuenta?
—
¿Qué hace usted aquí? — preguntó Randden.
—
Yo, nada, sencillamente pasaba por aquí con mi nave y vi esta nave, la cual, si
me lo permitís, es fascinante… de clase turística ¿verdad? No ha cambiado nada —
dijo el Doctor pasando su destornillador sónico —.Tiene un sistema
medioambiental básico alimentado por energía nova extraída de las
estrellas…energía lo suficientemente potente como para crear un medio ambiente
artificial con campos incluidos. Claro que ahora esta nave está baja de energía
porque la habéis empleado como combustible para vuestras armas. Sin embargo
estos campos están algo descuidados. Calcinados, diría yo… ¿por qué?
—
¡Eso no le importa! — exclamó Yento —.¡Estamos en guerra!
—
En guerra ¿eh?
—
Sí, y usted nos ha interrumpido desactivando nuestras armas — siguió Randden.
—
¿Y a qué se debe esta guerra?
—
Por el poder, él lo quiere — explicó Randden.
—
¡Porque me pertenece! Él no debió cedértelo todo, debió dármelo a mí todo.
—
No pudo ¿cómo tengo que decírtelo?
—
Yo iba a reclamar lo que es mío y ese hombre ridículo desactiva nuestras armas.
—
Sí, claro, no lo dudo ¡pero…! ¡pero…! ¿Habéis pensado en quién sale dañado en
vuestro fuego cruzado?
—
Nadie — dijeron los dos a la vez.
— Mirad a vuestro alrededor — dijo el
Doctor señalando —.Habéis devastado los campos, quemado las plantas y habéis
matado a algunos animales, sin mencionar los que morirán porque no tendrán de
qué alimentarse. Y todo ¿por qué? Yo os lo diré. Porque unos niños que no se
entendían entre ellos y uno especialmente envidioso quería la nave de papá.
Randden y Yento se quedaron callados.
Sus ojos miraron hacia abajo como si sintieran vergüenza. El Doctor se acercó a
Yento con la mirada de un padre furioso y avergonzado. Había dado en el clavo,
aquellos dos eran hermanos y uno había heredado la nave de su padre, sin
embargo el otro la quería y estaba dispuesto a matar a su hermano para
conseguirla, pero no pensó que en su descabellado e inmaduro plan podría haber
destruido aquello por lo que luchaba.
—
Dime…Wyndrum Quch ¿Qué crees que diría tu padre si te viera ahora? Que por
cierto, le conocí antes de que nacierais.
—
¿Le…conociste? — preguntó dejando resbalar una lágrima de su ojo.
—
Mardrom Quch ¿cómo olvidarle? — dijo el Doctor dirigiéndose a continuación a
Randden —.Era un genio, un verdadero genio, ahora sé que yo le ayudé a
construir esto, no le revelé todos los secretos pero me vi tentado a hacerlo
porque estaba delante de una mente privilegiada, lo que hice fue ayudarle a
salvar a su pueblo del ya destruido Amanto.
—
¿Tú le ayudaste? — preguntó Randden —.Creo recordar que solía hablar de un
doctor con una bufanda larga y un sombrero que vino acompañado por una chica
salvaje y un perro robot.
—
Era yo. No sabía cómo salvar a toda su gente de la destrucción inminente, de
modo que Leela le propuso que por qué no huían en una nave, lo cual no era
posible para poder llevarlos a todos, de modo que yo le propuse otra cosa
mediante un tipo de tecnología que pude facilitarle, de ese modo debió de crear
esta arca, yo no estuve cuando lo hizo. Todo lo que hizo fue para mantener vivo
su origen.
—
Pero yo también era hijo suyo. Debería haberme cedido a mí la nave.
—
Esta nave es gigantesca. Podríamos capitanearla los dos — sugirió Randden.
—
Eso es un comienzo — sonrió el Doctor.
—
Pero ¿cómo lo haremos? Hemos gastado la energía de la nave en las armas — dijo
Wyndrum.
— Ahí podría intentar ayudaros. Aunque
tardaré un poco — dijo el Doctor mirando su reloj —.Clara tendrá que esperarme.
En otra
parte…
Los dos hombres amortajados se
materializaron en lo que parecía ser una nave espacial. Llevaban a Clara de las
manos y los pies. Ella seguía dormida por el tranquilizante. La llevaron hasta
lo que parecía ser la sala de un trono. Los ojos naranja del hombre del trono se
intensificaron. Parecía estar muy contento.
— Estupendo. Llevadla al zoo.
Los hombres cogieron a Clara otra vez.
Abrieron una especie de trampilla y la echaron por ella. Mientras se deslizaba
por un tobogán iba recuperando la consciencia, cuando llegó al final cayó de
cara hasta un barrizal gigantesco. Se levantó del barro como pudo. Escupió el
que le había entrado en la boca al caer. Estaba completamente marrón, apenas se
la podía distinguir de lo embarrada. No veía nada pero captó un olor bastante
fuerte y desagradable, parecía azufre y algo descompuesto. Se limpió como pudo los
ojos con sus dedos embarrados y vio que estaba en algo parecido a una ciénaga.
Hacía mucho calor.
— ¿Dónde estoy? Como apesta aquí. Y me
acabo de duchar.
Se puso de pie. Trató de inspeccionar
la zona para ver si podía encontrar una salida. Sin embargo, tal como veía el
panorama, no parecía haber ninguna. Deseaba que el Doctor estuviera ahí para
ayudarla, sin embargo no tenía ni idea de cómo iba a poder contactar con él.
Oyó una especie de rugido. Sus ojos se intensificaron. De repente, aquel hedor
que parecía proceder del barro con el que estaba cubierta era algo diferente
comparado con el que captó cerca.
— Vaya, parece que hay algo por aquí
que huele peor que yo ahora mismo.
Parecía que algo respiraba cerca de
ella. Se dio la vuelta y había una especie de criatura enorme que parecía un
hipopótamo. Ese animal le espiró encima un montón de aire haciendo que todo su
barro se le secara. Salió corriendo para buscar un refugio y el animal le
persiguió.
— ¡Tranquilo… me gustan los animales! —
decía Clara mientras corría —.Especialmente los… lo que quiera que seas… espero
que seas vegetariano…además, yo no sé bien…¡estoy malísima!
Al final se tropezó con una rama en el
suelo. Ella trató de apartarse arrastrándose. Todavía le costaba ver bien con
todo ese barro en su cara. Ya no sabía qué hacer. Tenía miedo. Aquel animal
abrió la boca.
— ¡Por favor, no me comas! ¡Creo que
tengo chocolate en mi bolsillo si lo quieres!
El animal lo que hizo fue pasarle su
desmedida y pringosa lengua por su cara. Su cara estaba limpia, pero se quedó
petrificada al mismo tiempo que babeada. Sus ojos marrones estaban
intensificados por el miedo y por el asco de la cantidad de baba que le había
dejado en la cara.
— Ugh.
Clara se levantó y notó que aquel
animal parecía amistoso. Como una especie de perro gigante sin pelo. Lo
acarició. Buscó en su bolsillo la chocolatina y se la dio. La criatura volvió a
lamerle la cara. Ella se sentía asqueada, pero al mismo tiempo notaba que la
estaba limpiando. Ella trataba de apartarlo mientras aguantaba el olor
desagradable de su aliento.
—
Vale, para ya… Dime, no sabrás de alguna salida por aquí ¿verdad? — le dijo
Clara al animal —.Ya imagino que no, si así fuera ya te hubieras escapado. De
todos modos parece que sólo hay animales y barro hediondo aquí.
— No del todo — dijo una voz madura.
Clara se volvió y observó a un hombre
de piel amarilla y con mucho pelo. Aquel individuo se acercó a ella. Al
principio le asustó, pero al verle le pareció inofensivo.
—
¿Quién eres? — le preguntó Clara.
—
Me llamo Tetduxx. Soy de Waranda ¿y tú?
—
Clara. Soy de la Tierra.
— ¿De
la Tierra? Vaya, parece que quiere completar su colección.
—
¿Colección? ¿Quién?
—
Estamos en un zoo. Lord Xing captura especies primitivas o con apariencia de
serlo para coleccionarlas.
—
¿Primitivas?
—
Sí, bueno, los humanos seguís pareciendo algo primitivos. Con vuestras guerras
y vuestras estupideces.
—
Ya veremos quién es el estúpido, lo que debemos hacer es tratar de salir de
aquí.
—
No hay salida.
—
Un buen amigo mío me enseñó que siempre hay una salida.
—
Caemos por esa rampa, luego sólo nos queda permanecer aquí y hasta morir de
viejos, lo cual, en mi caso, no tardará en ocurrir.
—
Ni por asomo. Vamos a darle una lección a ese Lord Xing. Así que sólo pudimos
entrar por esa rampa ¿no?
—
Sí.
—
Bien, pues por ahí saldremos.
—
Pero ¿cómo?
— Con la ayuda de nuestro amiguito —
señaló Clara al animal.
Clara y Tetduxx subieron al lomo de
aquella criatura y se dirigieron al barrizal donde cayó. Vio el tobogán y trató
de alcanzarlo poniéndose de pie. Tetduxx trató de ayudarla a subir, pero seguía
muy alto. Clara cayó al barro otra vez.
— Pero bueno. A este paso terminaré siendo
del color de mis ojos.
Tetduxx la ayudó a subir otra vez.
Esta vez el animal se levantó un poco más y así Clara pudo alcanzar el borde.
Le tendió la mano a Tetduxx y éste, con mucho esfuerzo, consiguió subir. Luego
intentaron subir como pudieron. Era difícil, dado que resbalaba. Más de una vez
cayeron al fango.
—
Es inútil, Clara. No podemos huir de este zoológico. Formamos parte de su
colección.
—
Espera… colección…creo que ya lo tengo. Coge todas esas ramas.
—
¿Para qué? — preguntó Tetdux.
— Tú hazlo. En momentos como este
quisiera que el Doctor estuviera aquí.
1000 años en
el futuro...
La nave
de Randden y Wyndrum Quch estaba siendo bombardeada. La sala de control estaba
algo destartalada y desordenada. El Doctor, que se había quitado su levita e
iba remangado, trataba de arreglar los micrófonos.
— ¡Menudo momento para atacarnos los
Cybermen!
— ¡Y con las defensas desactivadas! ¡Doctor,
deberíamos usar las armas para defendernos! — exclamó Randden.
— ¡Os digo que no! — ordenó el Señor del Tiempo —.Muy bien, ahora
callaos. ¡Oídme bien, cabezas de metal sin corazón! ¡Tenéis una oportunidad
para marcharos y retroceder! ¡Si no lo hacéis será cosa vuestra!
«Tus palabras son irrelevantes. Amenazas sin fundamento. Todos los que
están a bordo de la nave serán mejorados.»
— ¡En serio, os lo advierto, no os acerquéis! ¡Soy el Doctor, me
conocéis! ¡Sabéis que no uso mis palabras a la ligera! ¡Maldita sea! Se ha
cortado la comunicación…
La Cybernave se aproximaba a ellos. El Doctor y los dos hermanos miraban
por la pantalla. Por el suelo de la sala de control estaban desperdigadas todas
las armas que cargaron con la energía nova para aquella guerra absurda que
iniciaron. Todo el arsenal tenía muchos cables conectados a los sistemas. El
Doctor pasó el destornillador sónico por los mandos de la nave. Randden y
Wyndrumm observaban con asombro, aunque sin entender nada. En ese momento las
luces de la nave volvieron a funcionar como debían. La nave empezó a brillar y
de ella salió una onda expansiva que desintegró la Cybernave.
— Se lo advertí y no me hicieron caso — dijo
el Doctor.
— ¿Qué has hecho? — preguntó Wyndrumm.
— Devolví toda la energía nova de las armas a
la nave. Al reactivarlo la nave expulsó toda la contaminación con una onda
expansiva, esa onda destruyó a los Cybermen.
— Bien hecho, Doctor, eres un genio — le
felicitó Randden.
— Pero todavía no sé cómo vamos a compartir
el gobierno de esta nave.
— Espero que Clara esté haciendo un soufflé, esto va a durar — suspiró el Doctor.
En otra
parte…
Los dos hombres amortajados dormían mientras estaban delante de las
pantallas de vigilancia del zoo de su amo. Roncaban como cerdos. En ese momento
sonó una alarma y los dos despertaron de golpe. Era la alarma de incendios.
Corrieron a avisar a su amo.
— ¡Amo! ¡Hay fuego en el zoo!
— ¡Deprisa! ¡Tenéis que salvar a los
especímenes!
— ¡Enseguida! — exclamaron al unísono.
Los dos guardias corrieron con extintores. Abrieron la puerta del
zoológico y entraron. En ese momento sintieron temblores. Era como si hubiera
un terremoto, cosa que sería imposible dado que estaban en una nave. Entonces
vieron que todos los animales y personas venían hacia ellos, liderados por una
Clara Oswald bien embarrada montada a lomo del animal que parecía un
hipopótamo. Se quitaron de en medio para que no los aplastasen. Las otras
personas que estaban presas los cogieron y les inyectaron sus propios
tranquilizantes. El coleccionista sentía el mismo temblor. Clara y el animal
llegaron al salón del trono y su “dueño” estaba asustado.
— ¿Qué…qué pasa? ¿No…os gusta el sitio que os
preparé?
— Mírame ¿crees por casualidad que me gusta
una ciénaga maloliente donde hace un calor tremendo? ¡¿Quién te crees que eres
para capturar personas y animales y coleccionarlos en un zoológico?!
— Bueno…yo…me sentía solo…
— ¿Que te sentías solo? ¡Pues cómprate un perro!
Aquel hombre empezó a llorar. Clara se calmó por un momento. El hombre
lloraba como un niño. A continuación, el animal se acercó y trató de consolarlo
dándole un lametón enorme. Clara empezó a ver las cosas claras. Ella se sentó a
su lado y le puso la mano en el hombro.
— ¿Qué edad tienes?
— Diez — respondió el hombre.
— ¿Diez? Pareces tener cuarenta.
— No me digas eso. Entonces ya seré un
anciano.
— ¿Cómo te llamas?
— Vendru. Mis padres murieron el año pasado.
Me dejaron una cuantiosa cantidad de dinero. Pero no me contenta. Quiero
compañía. Entonces pensé en coger gente de sus planetas y tenerlos en mi zoo
particular para así no sentirme solo.
— ¿Y no pensaste que les estabas privando de
su libertad?
— No.
— He cuidado a muchos niños como tú, Vendru.
La mayoría perdieron a su madre o a su padre y lo que mejor les contentaba era
tener una mascota. En otros casos se les regala un videojuego o algún juguete,
claro que aquello sólo eran placeres materiales. ¿No tienes novia?
— ¡Aun soy joven!
— Sí…ya lo he notado…pero necesitarás amigos…
— No tengo ningún amigo.
— Bueno, eso tiene solución. Mira, parece que
a Lester le gustas.
— ¿Lester?
— Sí así le he llamado. No sé qué clase de
animal es, de modo que opté por ponerle un nombre. Y yo también puedo ser tu
amiga.
— ¿De verdad?
— Sí, Vendru — sonrió Clara.
Clara abrazó a ese niño. Lester le dio otro lametón a Vendru. Clara se
rió al verlo. A continuación ella también recibió un beso húmedo de aquel
animal cariñoso. Todos los demás prisioneros vinieron con la intención de darle
una lección.
— ¡Dejadlo! ¡No le hagáis nada! — ordenó
Clara.
— ¿Por qué? — preguntó Tetduxx
— Porque no es más que un niño. Se sentía
solo. Pero ahora nos llevará a todos a casa ¿verdad, Vendru?
— No puedo.
— ¿Cómo? ¿Por qué? — preguntó Clara.
— Porque me quedaré solo otra vez — respondió
Vendru abrazando a Lester.
— A Lester le has gustado. ¿Por qué no te lo
quedas?
— Sí… ¡Sí! Podría hacerlo.
— Bueno, y ahora llévanos a casa — dijo
Tetduxx.
— Muy bien, ahora mismo. Tocad esa pantalla.
El escáner notará vuestro origen y os tele transportará a vuestros planetas.
— Gracias — le dijo Clara.
— No, gracias a ti, Clara. Siempre serás una buena amiga.
Clara le dio un último abrazo a Vendru y Lester le propinó un último
lametón húmedo a su cara enlodada. Le estrechó la mano a Tetduxx, quien después
tocó la pantalla y desapareció. Cuando ya no quedaba nadie, Clara tocó la
pantalla y se encontró instantáneamente en su casa. En aquel preciso momento
oyó llegar la TARDIS. Corrió hasta la cabina azul. De ahí salió el Doctor sin
la levita y con algunos tiznes.
— ¡No veas lo que me ha pasado! — dijeron al
unísono hasta que se miraron —.¿Qué te ha pasado? Tú primero.
— Yo estuve ayudando a dos hermanos a
compartir una nave que les dejó su padre, un viejo conocido mío, en herencia.
— Y yo estuve en un zoo espacial que
pertenecía a un hombre de diez años de edad. No veas cuánto barro había ahí,
además apesta y creo que se me ha secado en la ropa y la piel. Me cuesta
quitármelo.
— Esto…Clara…aunque hace juego con tus ojos, no
sé cómo decírtelo, pero me parece que no es barro.
— ¿No me estarás diciendo que…? — preguntó
ella con los ojos intensos.
— Sí…
— Dime que tienes un jabón especial.
— Sí… en la TARDIS…
— ¡Con permiso! — corrió Clara.
— ¡Ten cuidado! ¡No me ensucies nada!
El Doctor cerró la puerta de la TARDIS y sonrió. Luego apretó el
acelerador atómico y empezó a reírse a carcajadas. La TARDIS desapareció de su
lugar y entró en el vórtice del tiempo.
En otro lugar…
Vendru estaba jugando con Lester en la nave. Parecía más feliz que antes.
En ese momento se apagaron todas las luces. Se oyó un ruido parecido al de la
TARDIS, pero sonaba de otra forma. Vendru se asustó. Entonces las puertas del salón
del trono se abrieron y la sombra de una mujer estaba allí.
— ¿Quién eres? ¿qué quieres? — preguntó Vendru.
Aquella mujer les miró con malicia a él y a
Lester. Luego se carcajeó como una loca. Sus ojos parecían verdes azulados,
tenía mirada despiadada y su cara parecía la de una mujer madura.
¿FIN?